¿Mujer sinónimo de debilidad? Definitivamente no… eso no lo creo yo.
Hermosa creación a imagen y semejanza de nuestro Dios, dotadas de la fuerza necesaria para custodiar una pequeña vida en su fase más vulnerable, con un corazón que cada día parece ensancharse más y más, desmedidas para amar, hallando cada día placer en entregarnos hasta el final, en no restringir ni un centímetro de nuestra alma a los demás. Con el sello profundo del amor divino, ese que todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta.
Sexo débil, ¿Quién inventó ese mito? Y peor aún, ¿cuándo nos lo creímos? Es evidente que en Cristo no hay sexo débil, “No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” dijo Pablo.
Uno en Cristo Jesús, esa es la única verdad, hombre y mujer en medio de sus múltiples diferencias, somos piezas de rompecabezas y es inútil sumergirnos en la discusión de quien es mejor… machismo, feminismo, discusiones vanas, Dios solo nos toma en sus manos y nos une, encajamos perfectamente; no, no somos rivales, somos complemento.
“Igualmente, vosotros, maridos, comportaos de manera comprensiva con vuestras mujeres, como un vaso más frágil. Puesto que son herederas, con el mismo título que vosotros, del don de la vida”. Como un vaso más frágil, no podemos negarlo... así somos: sentimentales, tiernas, frágiles como el cristal, siempre tan sensibles; es parte de nuestra naturaleza, parte del plan divino de Dios para nuestra humanidad.
Reposa mi corazón en algo más: “Pero entre cristianos debemos reconocer que la mujer depende del hombre y el hombre de la mujer. Porque así como la mujer procede del hombre, así también el hombre nace de la mujer, Y TODO VIENE DE DIOS”. De allí procedes mujer y no hay más identidad, quítate la coraza, las joyas y la máscara, porque en lo secreto dónde no eres madre, esposa, trabajadora, amiga, líder ni estudiante, dónde desnudas el alma y descansas descubres que eres hija, hija del Rey de reyes amada por sobre todas las cosas. Criatura fuerte por el amor del Padre, el mismo que jamás te abandonará.
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