Poseo bastantes recuerdos de mi niñez, muchos y bellos; recuerdo la niña inquieta que era, siempre revoloteando por aquí y por allá, queriendo estar en todo, clases de baile, natación, ajedrez, teatro, música, artes plásticas, manualidades, pintura... una pequeña corriendo de aula en aula, de experiencia en experiencia, amando la vida profundamente.
Tengo archivados también en mi mente un par de recuerdos no tan buenos provenientes de esos años, todos hacen referencia a un lugar, todos hacen referencia a un rinconcito del mundo que me pertenecía, un triangulo diminuto que era sólo mío. En mi cuarto, en una de las esquinas, mi madre ubicaba mi espejo, pero no lo hacía de manera paralela a los muros, sino que lo ubicaba de tal forma que entre la parte trasera del espejo y la esquina de mi habitación se formaba un espacio en forma triangular, ese era mi rincón en el mundo, el lugar al que mis amargos recuerdos infantiles siempre apelan. Esa era el lugar que me escondía cuando estaba triste, cuando no quería que nadie me viera, cuando necesitaba pensar, cuando alguna chiquillada se me escapaba y sabía que sería castigada al llegar mis padres, ahí, en medio de esas tres barreras, miedo, tristeza e inseguridad, se ocultaba mi pequeña.
Puede sonar a romanticismo barato, de cajón, pero cada uno de nosotros posee un niño interior, esa esencia con la que hemos nacido nos acompaña toda la vida, a esa esencia no se puede renunciar, no podríamos venderla, ni regalarla, ni botarla, es inherente al ser y no podemos deshacernos de ella, esa esencia es nuestro niño interior.
Con el paso de los años vamos adquiriendo estructuras mentales, unas especies de barreras que crean recorridos difíciles en nuestra conciencia, recorridos que deben realizar tanto los conceptos que se construyen en nuestro interior como la información recibida del exterior, cada uno tiene algo así como una vía mental con varios peajes, y todo cuánto viaja por allí es condicionado por la forma del camino.
Esas estructuras mentales van formando un pequeño lugar en el mundo para cada uno, sí, así es, no sólo mi yo niña poseía un diminuto triangulo para esconderse, cada uno de nosotros lleva años construyendo un lugar en el espacio donde ha decidido encerrar su esencia, es fácil, como no podemos regalarla, ni venderla, ni botarla, entonces hemos decidido ahogarla, encerrarla, amordazarla y evitar a toda costa escuchar su voz.
Ha sido para cada uno terriblemente doloroso construir esas barreras, las hemos construido ladrillo a ladrillo, lección a lección, ¿y es que como no aprender de los abusos psicológicos y físicos que has sufrido?, ¿cómo no aprender después de tantas lágrimas que el que se enamora pierde?, ¿cómo no creer que no soy tan listo después de haber sido ridiculizado por mi maestra en frente de la clase?, ¿cómo no poner un ladrillo?, ¿cómo no seguir construyendo un muro?, ¿acaso podría seguir siendo la misma niña de siempre después de tantos fracasos?, ¿cómo permitirme seguir siendo guiada por mis impulsos?, ¿cómo seguir amando la vida con inocencia y autenticidad cuándo cada suceso ha arrancado una parte de mi alma?.
Eso que usted y yo somos hoy es sólo una casa vieja que alberga dentro un montón de escombros apilados bajo los cuales se encuentra su yo real muerto. Sigamos en busca de la felicidad, sigamos leyendo libros de psicología absurda que nos aportan un poco de "crecimiento personal", sigamos buscando fuera lo que tenemos dentro, sigámonos adentrando en banalidades que poquito a poquito nos irán agrandando más el vacío interior.
Mi punto esta tarde es simple, no siga avanzando, no siga luchando tanto por ese "crecimiento personal", devuélvase, decrezca, derribe esquemas, mire cuán mal construido está su triangulito, deje de pensar que ése es su espacio en el mundo, porque realmente su espacio es el mundo, libere su esencia, déjela ser, desátese y permítase errar una vez más, enamorarse una vez más, aprender una vez más, intentar una vez más, sin prejuicios, con autenticidad.
Permítase vivir en su estado natural, permítase vivir en libertad.
Tengo archivados también en mi mente un par de recuerdos no tan buenos provenientes de esos años, todos hacen referencia a un lugar, todos hacen referencia a un rinconcito del mundo que me pertenecía, un triangulo diminuto que era sólo mío. En mi cuarto, en una de las esquinas, mi madre ubicaba mi espejo, pero no lo hacía de manera paralela a los muros, sino que lo ubicaba de tal forma que entre la parte trasera del espejo y la esquina de mi habitación se formaba un espacio en forma triangular, ese era mi rincón en el mundo, el lugar al que mis amargos recuerdos infantiles siempre apelan. Esa era el lugar que me escondía cuando estaba triste, cuando no quería que nadie me viera, cuando necesitaba pensar, cuando alguna chiquillada se me escapaba y sabía que sería castigada al llegar mis padres, ahí, en medio de esas tres barreras, miedo, tristeza e inseguridad, se ocultaba mi pequeña.
Puede sonar a romanticismo barato, de cajón, pero cada uno de nosotros posee un niño interior, esa esencia con la que hemos nacido nos acompaña toda la vida, a esa esencia no se puede renunciar, no podríamos venderla, ni regalarla, ni botarla, es inherente al ser y no podemos deshacernos de ella, esa esencia es nuestro niño interior.
Con el paso de los años vamos adquiriendo estructuras mentales, unas especies de barreras que crean recorridos difíciles en nuestra conciencia, recorridos que deben realizar tanto los conceptos que se construyen en nuestro interior como la información recibida del exterior, cada uno tiene algo así como una vía mental con varios peajes, y todo cuánto viaja por allí es condicionado por la forma del camino.
Esas estructuras mentales van formando un pequeño lugar en el mundo para cada uno, sí, así es, no sólo mi yo niña poseía un diminuto triangulo para esconderse, cada uno de nosotros lleva años construyendo un lugar en el espacio donde ha decidido encerrar su esencia, es fácil, como no podemos regalarla, ni venderla, ni botarla, entonces hemos decidido ahogarla, encerrarla, amordazarla y evitar a toda costa escuchar su voz.
Ha sido para cada uno terriblemente doloroso construir esas barreras, las hemos construido ladrillo a ladrillo, lección a lección, ¿y es que como no aprender de los abusos psicológicos y físicos que has sufrido?, ¿cómo no aprender después de tantas lágrimas que el que se enamora pierde?, ¿cómo no creer que no soy tan listo después de haber sido ridiculizado por mi maestra en frente de la clase?, ¿cómo no poner un ladrillo?, ¿cómo no seguir construyendo un muro?, ¿acaso podría seguir siendo la misma niña de siempre después de tantos fracasos?, ¿cómo permitirme seguir siendo guiada por mis impulsos?, ¿cómo seguir amando la vida con inocencia y autenticidad cuándo cada suceso ha arrancado una parte de mi alma?.
Eso que usted y yo somos hoy es sólo una casa vieja que alberga dentro un montón de escombros apilados bajo los cuales se encuentra su yo real muerto. Sigamos en busca de la felicidad, sigamos leyendo libros de psicología absurda que nos aportan un poco de "crecimiento personal", sigamos buscando fuera lo que tenemos dentro, sigámonos adentrando en banalidades que poquito a poquito nos irán agrandando más el vacío interior.
Mi punto esta tarde es simple, no siga avanzando, no siga luchando tanto por ese "crecimiento personal", devuélvase, decrezca, derribe esquemas, mire cuán mal construido está su triangulito, deje de pensar que ése es su espacio en el mundo, porque realmente su espacio es el mundo, libere su esencia, déjela ser, desátese y permítase errar una vez más, enamorarse una vez más, aprender una vez más, intentar una vez más, sin prejuicios, con autenticidad.
Permítase vivir en su estado natural, permítase vivir en libertad.
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