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Viajera en pausa


Ha pasado un año desde que dejé Seattle, la ciudad en la que me descubrí y a la que siempre quisiera volver. Me regalé dos años sabáticos de los cuales 13 meses llamé hogar a la ciudad esmeralda.

Volví a Medellín, mi ciudad natal, estuve por un mes viendo  amigos y familiares, me sentía de paseo, no tenía pesos colombianos, ni línea local, veía todo pequeño, me asustaba el ruido y me fascinaban las montañas. Empaqué maletas y me fui a México de voluntaria, pasé dos meses allí sintiéndome plena por hacer nuevos amigos, conocer lugares hermosos y a la vez aportar un granito de arena para construir un mundo mejor. Regresé de nuevo a Colombia y seguí viajando, me fui a Boyacá con mi familia, una buena amiga que había conocido en Seattle nos acogió en su casa y nos mostró lo más lindo de su tierra (Maleja siempre te voy a estar agradecida); después me fui a Manizales a disfrutar de la feria con una de mis mejores amigas de Seattle (Laura es una anfitriona de 10). Hacía cuatro meses que ya no estaba en el Pacific Northwest pero los lazos que había construido me hacían sentir aún allí.

Llegó Febrero y empezó el calendario universitario. Adiós años sabáticos, hola academia.
Tuve miedo de no encontrar a mis viejos amigos en las aulas, de sentirme la más vieja de la carrera, de haber olvidado conceptos claves para mi desempeño en las asignaturas, pero sobre todo tuve miedo de caer en la rutina de nuevo, de ser infeliz y  descubrir que volver había sido una mala decisión.

Por fortuna pocas cosas de las que acabo de mencionar pasaron. Amé volver a la universidad, las asignaturas que cursé me hicieron apasionar mucho más por mi carrera, tuve un muy buen desempeño y con facilidad retomé el ritmo de estudio que tenía antes.
Sin embargo, caer en la rutina fue inevitable, amaba estar aprendiendo y avanzando académicamente pero una vez te pica el bicho viajero se hace muy difícil permanecer por varios meses en un mismo lugar y más cuando es tu lugar de origen.

Hoy, después de ocho meses de estar un poco estancada en la rutina y torturarme con los memories de Facebook que me recuerdan lo libre que era hace uno o dos años (es en serio una tortura); creí necesaria hacer una reflexión que ahora quiero compartir con ustedes.

Voy a partir de una convicción que tengo, la vida es de momentos, hay momentos buenos, malos y regulares, hay momentos para recibir y momentos para dar, momentos para sembrar y otros para cosechar. Estoy convencida de que aunque la rutina me ataque por momentos, estoy en el lugar correcto, haciendo lo correcto. Estoy cerrando un ciclo, cumpliendo el sueño de ser profesional y sembrando para en un futuro poder disfrutar de los frutos del esfuerzo que tuve en mis años de estudio.

Saber por qué estoy haciendo lo que estoy haciendo me ayuda a lidiar con las emociones pasajeras que me atacan de vez en mes. No perder de vista las razones por las que volví, la meta que quiero alcanzar, el provecho que voy a sacar del esfuerzo presente.

¿Qué ha pasado con mi yo viajera? La tengo en pausa. Yo, yo la tengo en pausa. No es culpa de mi ciudad ni de las condiciones que ahora tengo, no es culpa de la carga académica ni mucho menos del dinero que pueda o no tener. Es mí responsabilidad.

¿Qué te hace viajer@? ¿Acaso no es la sed de descubrir nuevas cosas? Ese espíritu desinhibido que te hace entablar conversaciones en el tren, en el bus, en la calle. El toque bohemio que te impulsa a no perderte un solo atardecer, la curiosidad por la historia y las costumbres, la energía inagotable para recorrer avenidas y callejones.

Los viajeros tenemos características que nos definen más que la cantidad de kilómetros recorridos al mes, normalmente nuestra mente vuela más que nosotros, la fascinación es nuestro estado constante y las calles del mundo son nuestra escuela.

La vida es de momentos, tal vez tú, como yo estés en el momento de estar en casa, de cerrar ciclos, de disfrutar de tu comida y de tu familia. No te pongas en pausa para empezar a extrañar tiempos pasados. Tal vez no vuelvas a estar en casa por muchos años, llénate de lo que es tuyo, explora y redescubre ese lugar que ya te es tan familiar, que por pequeño que sea siempre tendrá algo nuevo para ofrecer.

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