Papito Dios:
Tú más que nadie has escuchado cada palpitar de mi corazón, lo viste crecer, formarse, lo viste brillar, ilusionarse... lo viste contristarse.
Imagino tu cara cuando lo viste enamorarse por primera vez, sentía que era la carrera de su vida, quería darse sin medida y no negar ni una gota de sudor. Era bastante dedicado y se esforzaba para lograr su conquista. Lleno de buenas intenciones te percataste de cómo durante el camino su sonrisa empezó a ser cada vez más pequeña, no podía creer que la carrera que por mucho había esperado estuviera tan llena de trucos y trampas, de obstáculos dolorosos y metas tan lejanas.
Ingenuo y siempre confiado se prometía correr tan solo un kilómetro más, solo uno para cerciorarse de que adelante el camino seguía siendo igual, pues nada lo atormentaría más que retirarse y darse cuenta de que un par de pasos más adelante todo cambiaría.
Lo viste desgastarse, violentarse y al final desmoronarse. No pudo salir de la pista por sus propios medios, debiste llamar a emergencias y pedir ayuda; por poco y requiere reanimación el pequeño valiente, pero con tus cuidados y un par de semanas de incapacidad logró tener fuerzas para caminar.
"Algo tuvo que estar mal, me metí donde no era, voy a seguir buscando mi carrera porque me niego a darme por vencido así", lo oíste hablar y maquinar en el silencio de su habitación.
No pasó mucho tiempo hasta que mi corazón volvió a emprender una nueva carrera, latía con fuerza pero lo notaba extraño. Había analizado lo que le había sucedido, traía todo un plan debajo del brazo, esperaba encontrarse con los mismos obstáculos pero esta vez saldría ileso.
Casco, coderas, rodilleras y un chaleco antibalas por si las moscas, respuestas premeditadas ante los requerimientos más probables y trucos bajo la manga para responder a las trampas del camino.
El pequeño valiente era lento debido a su equipaje pero no parecía importarle mucho, "voy despacio porque voy lejos", eso fue lo que te gritó cuando te descubrió mirándole de manera extraña.
Bastante fue la sorpresa de mi pequeño al descubrir una pista totalmente distinta, los jueces lo observaban con desconfianza y se preguntaban el por qué de su excesiva prevención. En ocasiones encontró quienes en el camino se ofrecieron a ayudarle con su equipaje, pensó inmediatamente que se trataba de una nueva trampa y decidió tomar en sus manos la única herramienta que creía podía servirle, con incoherentes respuestas premeditadas ahuyentó a los desconocidos y sintió un profundo alivio. Las pruebas en esta carrera tenían un sabor distinto, con frecuencia requería de un buen estado físico y no de grandes protecciones para amortiguar posibles golpes.
Lo notaste agotado y malhumorado, la amargura era su nueva característica. Recorría en dos días el camino que estaba pensado para seis horas.
Llegó a una gran colina, estaba allí una chica muy amable informando las medidas de seguridad para poder ingresar y escalar. Vaya sorpresa que se llevó al ver la armadura de mi corazón, "pareces un guerrero medieval" dijo, "pero aquí no precisas nada de eso, debes ir ligero y demostrar qué tan resistente eres, permíteme tomar tus cosas y podrás continuar en la carrera¨. Invadido de cólera mi corazón comenzó a gritar, se rehusaba a continuar sin protección, ya había tenido suficiente. Mi corazón fue bastante grosero con la chica y debido al escándalo seguridad ingresó, el altercado fue empeorando hasta que mi pequeño fue expulsado de la carrera.
Lo viste llorar amargamente, maldecía su equipaje, la carrera, la estúpida chica radical de la colina, los mequetrefes de seguridad, maldecía se ingenuidad, sus falsas esperanzas, la fuerza de sus pies, el camino recorrido y hasta sus latidos agonizantes.
Pasaron los días y lo viste sumido en una tristeza profunda, latía despacio, se iba su brillo, pasaron los meses y parecía endurecerse. Su tristeza se transformaba en una piedra amorfa, cada vez dolía menos pero pesaba más. "No es tan malo no estar en una carrera", pensó, y desde ese momento optó por una jubilación temprana.
Me encantaría Papá seguir con la historia y escribir un final de cuento de hadas, pero lastimosamente, a pesar de la personificación, cada palabra escrita ha sido real.
Ha pasado mucho tiempo desde que mi corazón lo dio todo por su carrera, sé que la derrota es parte de la vida y que es necesario aceptar en muchas ocasiones el fracaso. Extraño la sonrisa de mi corazón, la extraño aunque tuviera un diente partido y las rodillas ensangrentadas, extraño su ingenuidad y su inocencia, extraño su pasión por darse hasta el límite y su inagotable esperanza.
Tú que lo has visto todo Papá puedes mejor que yo diagnosticarlo. Haz un milagro, dale las fuerzas para ingresar a una nueva carrera, para hacerlo sin casco ni rodilleras, seguro de que tú proveerás curitas cuando sea necesario, seguro de que tus besos nunca faltarán, de que serás el paramédico listo siempre para auxiliar y el amor eterno que nunca se agotará.
Tú más que nadie has escuchado cada palpitar de mi corazón, lo viste crecer, formarse, lo viste brillar, ilusionarse... lo viste contristarse.
Imagino tu cara cuando lo viste enamorarse por primera vez, sentía que era la carrera de su vida, quería darse sin medida y no negar ni una gota de sudor. Era bastante dedicado y se esforzaba para lograr su conquista. Lleno de buenas intenciones te percataste de cómo durante el camino su sonrisa empezó a ser cada vez más pequeña, no podía creer que la carrera que por mucho había esperado estuviera tan llena de trucos y trampas, de obstáculos dolorosos y metas tan lejanas.
Ingenuo y siempre confiado se prometía correr tan solo un kilómetro más, solo uno para cerciorarse de que adelante el camino seguía siendo igual, pues nada lo atormentaría más que retirarse y darse cuenta de que un par de pasos más adelante todo cambiaría.
Lo viste desgastarse, violentarse y al final desmoronarse. No pudo salir de la pista por sus propios medios, debiste llamar a emergencias y pedir ayuda; por poco y requiere reanimación el pequeño valiente, pero con tus cuidados y un par de semanas de incapacidad logró tener fuerzas para caminar.
"Algo tuvo que estar mal, me metí donde no era, voy a seguir buscando mi carrera porque me niego a darme por vencido así", lo oíste hablar y maquinar en el silencio de su habitación.
No pasó mucho tiempo hasta que mi corazón volvió a emprender una nueva carrera, latía con fuerza pero lo notaba extraño. Había analizado lo que le había sucedido, traía todo un plan debajo del brazo, esperaba encontrarse con los mismos obstáculos pero esta vez saldría ileso.
Casco, coderas, rodilleras y un chaleco antibalas por si las moscas, respuestas premeditadas ante los requerimientos más probables y trucos bajo la manga para responder a las trampas del camino.
El pequeño valiente era lento debido a su equipaje pero no parecía importarle mucho, "voy despacio porque voy lejos", eso fue lo que te gritó cuando te descubrió mirándole de manera extraña.
Bastante fue la sorpresa de mi pequeño al descubrir una pista totalmente distinta, los jueces lo observaban con desconfianza y se preguntaban el por qué de su excesiva prevención. En ocasiones encontró quienes en el camino se ofrecieron a ayudarle con su equipaje, pensó inmediatamente que se trataba de una nueva trampa y decidió tomar en sus manos la única herramienta que creía podía servirle, con incoherentes respuestas premeditadas ahuyentó a los desconocidos y sintió un profundo alivio. Las pruebas en esta carrera tenían un sabor distinto, con frecuencia requería de un buen estado físico y no de grandes protecciones para amortiguar posibles golpes.
Lo notaste agotado y malhumorado, la amargura era su nueva característica. Recorría en dos días el camino que estaba pensado para seis horas.
Llegó a una gran colina, estaba allí una chica muy amable informando las medidas de seguridad para poder ingresar y escalar. Vaya sorpresa que se llevó al ver la armadura de mi corazón, "pareces un guerrero medieval" dijo, "pero aquí no precisas nada de eso, debes ir ligero y demostrar qué tan resistente eres, permíteme tomar tus cosas y podrás continuar en la carrera¨. Invadido de cólera mi corazón comenzó a gritar, se rehusaba a continuar sin protección, ya había tenido suficiente. Mi corazón fue bastante grosero con la chica y debido al escándalo seguridad ingresó, el altercado fue empeorando hasta que mi pequeño fue expulsado de la carrera.
Lo viste llorar amargamente, maldecía su equipaje, la carrera, la estúpida chica radical de la colina, los mequetrefes de seguridad, maldecía se ingenuidad, sus falsas esperanzas, la fuerza de sus pies, el camino recorrido y hasta sus latidos agonizantes.
Pasaron los días y lo viste sumido en una tristeza profunda, latía despacio, se iba su brillo, pasaron los meses y parecía endurecerse. Su tristeza se transformaba en una piedra amorfa, cada vez dolía menos pero pesaba más. "No es tan malo no estar en una carrera", pensó, y desde ese momento optó por una jubilación temprana.
Me encantaría Papá seguir con la historia y escribir un final de cuento de hadas, pero lastimosamente, a pesar de la personificación, cada palabra escrita ha sido real.
Ha pasado mucho tiempo desde que mi corazón lo dio todo por su carrera, sé que la derrota es parte de la vida y que es necesario aceptar en muchas ocasiones el fracaso. Extraño la sonrisa de mi corazón, la extraño aunque tuviera un diente partido y las rodillas ensangrentadas, extraño su ingenuidad y su inocencia, extraño su pasión por darse hasta el límite y su inagotable esperanza.
Tú que lo has visto todo Papá puedes mejor que yo diagnosticarlo. Haz un milagro, dale las fuerzas para ingresar a una nueva carrera, para hacerlo sin casco ni rodilleras, seguro de que tú proveerás curitas cuando sea necesario, seguro de que tus besos nunca faltarán, de que serás el paramédico listo siempre para auxiliar y el amor eterno que nunca se agotará.
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